terça-feira, 11 de dezembro de 2012

AVANCE VIAJE DE ORFEO AL FIN DEL MUNDO


VIAJE DE ORFEO
AL FIN DEL MUNDO


El país de los muertos

Portada: “Grial de la tarde”


Lo único capaz de vencer a la muerte es el amor, que da la vida.


El Viaje de Orfeo al Fin del Mundo es una ficción mítica que transcurre durante el final de la Edad del Bronce y de la Prehistoria, más o menos una generación antes de aquella que fue a la Guerra de Troya y que Homero cantó tres o cuatro siglos después.

Adicionar imagem
Este viaje recorre todo el viejo Mundo Mediterráneo, desde su extremo oriental, el del Mar Negro, a donde va Orfeo (desde su Tracia natal, al norte de Grecia, paralelo 42º) en busca del Vellocino de Oro, hasta su extremo occidental, Iberia, el País de los Muertos, que atravesará por el Camino de las Estrellas hasta llegar a Finisterre, buscando la entrada de los Infiernos junto al Océano, para pedirle a Hades que le devuelva a su amada esposa Eurídice, muerta el día de la boda.


0-1. LAGUNA DE LOS INFIERNOS

Al poco, lo identificó: era un olor como de carne podrida. Se asomó por la borda y no vio el mar, sino una viscosa niebla burbujeante que parecía rodearles en todo el círculo que el farol iluminaba. La barca estaba como detenida en ella, pues no dejaba estela alguna detrás de sí. Fijándose más, le pareció vislumbrar formas conocidas flotando bajo la niebla.
De repente se estremeció, eran cadáveres, muchos cadáveres flotantes y nauseabundos, el navío se encontraba sobre un mar nocturno de cuerpos sin vida a la deriva, de los que se desprendía un tufo cada vez más patente de vapores de descomposición.
Orfeo sintió un agujero en su vientre y un terrible deseo de vomitar sobre la amura, mas algo en su interior le hizo aguantar y contenerse. Se dirigió al barquero, en busca de una explicación, pero en la popa no había nadie, el timón estaba como bloqueado; se encontraba solo, en medio de ninguna parte, rodeado del asco y del horror. La luz del fanal, en lo alto del mástil, comenzó a hacerse más y más mortecina.
Transcurrió un tiempo interminable en el que se sentía como clavado a su banco en la creciente oscuridad, sin saber lo que hacer. Todo en él seguía deseando vomitar, apagar aquella pesadilla, despertar, pero un aviso interno le decía que no debía disolver y perder su energía, sino coagularla y retenerla, aspirarla hacia arriba, elevarla, afirmarse, resistir, olvidar los terrores de su personalidad centrándose en lo eterno de su Ser, como le habían recomendado el “Hombre del Roble” y Donnon.
Al final, recurrió a las fuerzas de su talento, se dijo a sí mismo que todo aquello eran ilusiones de su mente y que no podía dejar que le arrastraran al pánico; así que decidió repoblarla con un mundo de música dedicada a su amor, para darle luz, ánimo y disciplina.
Sin mirar hacia el horror y haciendo de tripas corazón, rasgueó su lira de modo que brotasen de ella las más alegres escalas de notas, cantó canciones infantiles, tocó las danzas de la molienda y las canciones de fiesta y de boda de los pastores de Tracia, imaginando el brillo de la sonrisa de Eurídice entre los bailarines, siguió por himnos animosos de soldados que se dirigen a la guerra llenos de orgullo por el coraje de su país; se alzó y cantó alabanzas a los héroes, dio golpes con el pie sobre la cubierta, llevando el compás. Poco a poco fue dominando la náusea y el pánico, cerrando los vacíos en las defensas etéricas de su vientre, por donde la energía se escapaba, elevándola al Ser, afirmándose en su propio poder.
Le pareció que su tenaz entusiasmo intensificaba la luz del fanal sobre el mástil y que una leve brisa se erguía, poco a poco, ante él, disipando el olor de la putrefacción envolvente. Le pareció que el navío se movía con suavidad hacia donde suponía el sur, más cuanto más fuerte y con mayor intensidad cantaba. Se vio a sí mismo construyendo su propio camino a base de estrofas, tal como en los días anteriores lo había construido a base de reflexionar sobre las espiras y estaciones del Laberinto del Fin del Mundo.
Se sintió invadido de valor y fue penetrando en la convicción de que toda la fuerza de la vida humana no era sino un impulso cargado de la esperanza de construir la continuidad progresiva de la experiencia sobre un vacío infinito, aunque moldeable por medio de la voluntad que el ánimo pilota.
Su gana hizo que la nave avanzara y avanzara, que el farol brillase ahora como una estrella de constructiva esperanza y que el mar de cuerpos muertos fuese sustituido por aguas libres, relativamente calmas y amables, sobre las que se deslizaba cada vez más veloz.
La nave cortaba la niebla oceánica en su avance, e iba creando a sus costados algo así como un corredor de altos muros de bruma, que el fanal iluminaba hasta cierta altura.
Al compás de su canto, aquellos muros o pantallas fantasmales comenzaron a llenarse de tenues imágenes. Primero se vio a sí mismo como en un gran espejo navegando en aquella barca que nadie dirigía, en medio de la noche, de la niebla y de la nada, camino de no se sabe a dónde, pero después comenzaron a entrecruzarse y enlazarse rápidas imágenes en ráfagas: Orfeo recorriendo el laberinto conscientizador de Donnon, entrando en el país de Gal con los guerreros Brigmil, navegando el Gran Verde con el griego Arron o el fenicio Beleazar.
El bardo se dio cuenta de que el avance del navío al compás de su propia música lo llevaba a contemplar su pasado por ciclos que iban retrocediendo sobre la niebla: con Hércules en Creta, con la pitonisa en Delfos, el enterramiento de Eurídice en el glaciar, la trágica muerte de ella… Su tristeza pareció reducir la velocidad de la navegación, pero volvió a insuflar ánimo a la música y pudo disfrutar de la visión de su amada viva, de sí mismo abrazándola con pasión, de su triunfal regreso de la Cólquide, portando el Vellocino conquistado.
Siguió viendo reflejadas, cada vez más nítidas y rápidas, escenas intensas y entrañables de los años anteriores: la aventura argonauta, sus viajes iniciáticos, la escuela del centauro Quirón... y, sobre todo, el último de sus encuentros íntimos con Eurídice antes de partir a por el Vellocino de Oro.

Nenhum comentário:

Postar um comentário